Escriba:Secretario
o copista de las Escrituras; posteriormente, persona educada en la
Ley. La palabra hebrea so·fér,
que procede de una raíz que significa “contar”, se traduce “secretario”,
“escribano”, “copista”; y la palabra griega gram·ma·téus se traduce
“escriba”, “instructor público”. El término alude a una persona entendida.
Escriba egipcio
Artículo principal: Escriba
en el Antiguo Egipto
El escriba egipcio solía proceder de la clase baja, pero era inteligente
y educado. Sus útiles eran una paleta con huecos para tintas de diferentes
colores, una jarra de agua y un pincel de caña con su estuche. Conocía
bien los documentos legales y comerciales de la época, y los preparaba
al dictado o de otras maneras, un trabajo por el que recibía una
remuneración.
Escriba en Babilonia
En Babilonia el escriba era profesional. Sus servicios eran casi
indispensables, pues la ley requería que las transacciones comerciales
se pusieran por escrito y las partes contratantes las firmaran ante
testigos. El secretario solía sentarse cerca de la puerta de la ciudad,
donde se efectuaba gran parte del comercio, con su estilo y pella
de arcilla, listo para vender sus servicios a quien los requiriese.
Los escribas registraban transacciones comerciales, escribían cartas,
preparaban documentos, se encargaban de los registros del templo
y realizaban otras tareas administrativas.
Escriba del antiguo Próximo
Oriente
Artículo principal: Escriba
en el antiguo Próximo Oriente
Los escribas del antiguo Próximo Oriente eran las personas que conocían la Escritura especialmente
la escritura cuneiforme, encargadas de redactar textos y también
de leerlos y organizar su clasificación en los archivos. Todo sabio
tenía que haber recibido una formación de escriba a los que se
llamaba en sumerio DUB.SAR (compuesto de DUB “la tabla” y SAR “inscrita”:
“aquél que esribe sobre una tablilla”) y en acadio tupsrrum (forma
acadiana de DUB. SAR). La complejidad de la escritura cuneiforme
y la necesidad de formar escribas especializados en diferentes
temas precisaba de una larga formación. Los escribas, una vez preparados,
ejercían su profesión que podía cubrir prácticas diferentes. Su
cometido particular, esencial en las civilizaciones del antiguo
Próximo Oriente (Mesopotamia, Siria, Hatti, Elam, etc.) les confería
una posición social particular.
Escribas en la Bíblia
En la tribu de Zabulón estaban
los que poseían el “equipo de escribano” para numerar y registrar
las tropas. (Jue 5:14; compárese con 2Re 25:19; 2Cr 26:11.) Había
escribas o secretarios relacionados con el trabajo en el templo.
(2Re 22:3.) El secretario del rey Jehoás trabajaba
con el sumo sacerdote en contar el dinero que se había contribuido,
y luego se lo daba a los que pagaban el salario a los trabajadores
que reparaban el templo. (2Re 12:10-12.) Baruc escribía
lo que el profeta Jeremías le
dictaba. (Jer 36:32.) Los secretarios del rey Asuero de Persia escribieron
bajo la dirección de Hamán el
decreto que promulgaba la destrucción de los judíos, y más tarde
redactaron el contradecreto bajo la supervisión de Mardoqueo.
(Est 3:12; 8:9.)
Escriba Hebreo
Los escribanos hebreos actuaban como notarios públicos, preparando
certificados de divorcio y registrando otras transacciones. Al menos
en tiempos posteriores, no tenían ninguna tarifa fija, de manera
que se podía negociar con ellos el precio de antemano. Por lo general
solo uno de los interesados pagaba el coste de la transacción, pero
a veces ambas partes compartían los gastos. Ezequiel vio en una visión
a un hombre con un tintero de secretario marcando sobre la frente
a sus contemporáneos. (Eze 9:3, 4.)
Copistas de las Escrituras
En los días del sacerdote Esdras se
empezó a reconocer a los escribas (soh·ferím, “soferim”) como grupo
diferenciado. Estos eran copistas de las Escrituras Hebreas, muy
cuidadosos en su trabajo, y les aterraban los errores. Con el transcurso
del tiempo se hicieron extremadamente meticulosos, hasta el grado
de que no solo contaban las palabras copiadas, sino incluso las letras.
El hebreo se escribió solo con consonantes, hasta varios siglos después
de Cristo, y omitir o añadir una sola letra hubiera cambiado con
facilidad una palabra en otra. Si se detectaba el más mínimo error,
por ejemplo, que una sola letra estuviera mal escrita, toda aquella
sección del rollo se rechazaba como no apta para la sinagoga. Dicha
sección se eliminaba y reemplazaba por otra nueva en la que no hubiese
errores. Antes de escribir una palabra, la leían en voz alta. El
simple hecho de escribir una sola palabra de memoria se consideraba
un pecado grave. Se llegaron a introducir prácticas absurdas. Se
dice, por ejemplo, que los escribas religiosos limpiaban con gran
meticulosidad su pluma antes de escribir la palabra ´Elo·hím (Dios)
o ´Adho·nái (Señor Soberano).
Sin embargo, a pesar de este
cuidado extremo por evitar errores involuntarios, con el transcurso
del tiempo los soferim empezaron a tomarse libertades introduciendo
cambios en el texto. Cambiaron el texto hebreo primitivo en 134 pasajes
a fin de que leyese ´Adho·nái en lugar de YHWH. En otros pasajes
se utilizó como sustituto la palabra ´Elo·hím. Muchos de los cambios
que hicieron los soferim se debieron a un espíritu supersticioso
con relación al nombre divino, y también para evitar antropomorfismos,
es decir, atribuir a Dios atributos humanos. Los masoretas,
nombre por el que se llegó a conocer a los copistas siglos
después de Cristo, se dieron cuenta de las alteraciones que habían
hecho los soferim y las registraron en el margen o al final del texto
hebreo. Estas notas marginales llegaron a conocerse como la masora.
En quince pasajes del texto hebreo los soferim marcaron ciertas letras
o palabras con puntos extraordinarios. No hay consenso sobre el significado
de estos puntos extraordinarios.
La masora de los textos hebreos,
es decir, la escritura en letra pequeña al margen de la página y
al final del texto, contiene una nota al lado de varios pasajes hebreos
que lee: “Esta es una de las dieciocho enmiendas de los soferim”,
u otra frase similar. Estas enmiendas se hicieron porque se pensaba
que los pasajes originales del texto hebreo eran irreverentes para
con Dios o irrespetuosos para con sus representantes terrestres.
Aunque bien intencionada, fue una alteración injustificada de la
Palabra de Dios.
Los escribas, maestros de
la Ley.
En un principio, los sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7:1-6.)
Sin embargo, se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran
conocimiento de la Ley. Los que estudiaron y obtuvieron una buena
formación consiguieron el respeto del pueblo, y con el tiempo estos
eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaron un grupo
independiente. Por ello, en el tiempo de Jesús la palabra “escribas”
designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en
la Ley. Estos hicieron del estudio sistemático y de la explicación
de la Ley su ocupación. Se les contaba entre los maestros de la Ley
o los versados en ella. (Lu 5:17; 11:45.) Por lo general pertenecían
a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las
interpretaciones o “tradiciones” de los escribas, que con el transcurso
del tiempo habían llegado a ser un laberinto desconcertante de reglas
minuciosas y técnicas. La expresión “escribas de los fariseos” aparece
varias veces en las Escrituras. (Mr 2:16; Lu 5:30; Hch 23:9.) Este
hecho puede indicar que algunos escribas eran saduceos, que creían
solo en la Ley escrita, mientras que los escribas de los fariseos
defendían con celo tanto la Ley como las tradiciones orales que se
habían ido acumulando, ejerciendo una influencia aún mayor que los
sacerdotes en la conciencia popular. Los escribas se encontraban
sobre todo en Jerusalén, aunque también se les podía hallar por toda
Palestina y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt
15:1; Mr 3:22; compárese con Lu 5:17.)
La gente respetaba a los escribas
y los llamaba “Rabí” (gr. rhab·béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del
heb. rav, que significa “muchos”, “grande”; era un título de respeto
que se usaba para dirigirse a los maestros). Este término se aplica
en varios lugares de las Escrituras a Cristo. En Juan 1:38 se dice
que significa “Maestro”. Jesús era, de hecho, el maestro de sus discípulos,
pero les prohibió que codiciaran esa designación o que se la aplicaran
como título (Mt 23:8), como hacían los escribas. (Mt 23:2, 6, 7.)
Condenó a los escribas de los judíos y a los fariseos porque habían
hecho añadiduras a la Ley y habían ideado subterfugios para burlarla,
de modo que les dijo: “Han invalidado la palabra de Dios a causa
de su tradición”. Mostró un ejemplo de ello: permitían que alguien
que tenía que ayudar a su padre o a su madre no lo hiciera so pretexto
de que lo que poseía para ayudar a sus padres era un don dedicado
a Dios. (Mt 15:1-9; Mr 7:10-13; véase CORBÁN.)
Jesús declaró que los escribas, al igual que los fariseos, habían
convertido la Ley en una carga para la gente al saturarla de sus
añadiduras. Además, como clase, no le tenían ningún amor a la gente
ni deseo de ayudarla, no estaban dispuestos ni siquiera a mover un
dedo para aliviar sus cargas. Amaban los aplausos de los hombres
y los títulos altisonantes. Su religión era solo una fachada, un
ritual, que encubría su hipocresía. Jesús mostró lo difícil que sería
para ellos obtener el favor de Dios debido a su actitud y sus prácticas,
diciéndoles: “Serpientes, prole de víboras, ¿cómo habrán de huir
del juicio del Gehena?”. (Mt 23:1-33.) Los escribas tenían una gran
responsabilidad, puesto que conocían la Ley. Sin embargo, habían
quitado la llave del conocimiento. No se contentaban con rechazar
a Jesús, de quien testificaban sus Escrituras, sino que se hicieron
más reprensibles al intentar impedir por todos los medios que nadie
lo reconociera o siquiera lo escuchara. (Lu 11:52; Mt 23:13; Jn 5:39;
1Te 2:14-16.)
Los escribas no solo eran responsables como “rabíes” de las aplicaciones
teóricas de la Ley y de la enseñanza de esta, sino que también poseían
autoridad judicial para dictar sentencias en tribunales de justicia.
Había escribas en el tribunal supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26:57;
Mr 15:1.) No recibían ningún pago por juzgar, y la Ley prohibía los
regalos y los sobornos. Puede ser que algunos rabíes poseyeran riquezas
heredadas, pero casi todos tenían un oficio, del que se enorgullecían,
puesto que les permitía mantenerse al margen de su servicio religioso.
Aunque no estaba permitido remunerarles por su labor judicial, es
posible que esperaran y recibieran pago por enseñar la Ley. Esto
se puede inferir de lo que dijo Jesús cuando advirtió a las muchedumbres
de la avaricia de los escribas y también cuando habló del asalariado
a quien no le importan las ovejas. (Mr 12:37-40; Jn 10:12, 13.) Pedro
escribió que los pastores cristianos no deberían obtener ganancia
de sus puestos de responsabilidad. (1Pe 5:2, 3.)
Copistas de las Escrituras
Griegas Cristianas.
En su carta a los Colosenses, el apóstol Pablo mandó que esa carta
se leyera en la congregación de los laodicenses y que se intercambiara
con la de Laodicea. (Col 4:16.) Sin duda las congregaciones deseaban
leer todas las cartas que los apóstoles y otros cristianos les dirigían,
y por lo tanto se hicieron copias a fin de seguir teniéndolas a mano
y para darles una circulación más amplia. Las colecciones antiguas
de las cartas de Pablo (copias de los originales) son prueba de que
se copiaban y distribuían a un grado considerable.
Tanto Orígenes de Alejandría,
del siglo III, como Jerónimo,
el traductor de la Biblia del siglo IV E.C., dicen que Mateo escribió
su evangelio en hebreo, dirigido en especial a los judíos. Sin
embargo, como había muchos judíos helenizados en la Diáspora,
es posible que Mateo mismo lo tradujera más tarde al griego. Marcos
escribió su evangelio sobre todo para los gentiles, como lo indican
sus explicaciones de las costumbres y enseñanzas judías, la traducción
de ciertas expresiones que no entenderían los lectores romanos
y otros comentarios. Estos dos evangelios iban dirigidos a un público
muy amplio, por lo que se hizo necesario hacer y distribuir muchas
copias.
Los copistas cristianos no solían ser profesionales, pero debido
a su profundo respeto por el valor de los escritos inspirados cristianos,
realizaban esta labor con sumo cuidado. Un ejemplo típico de su labor
es el fragmento más antiguo que existe de las Escrituras Griegas
Cristianas, el Papiro Rylands núm. 457. Está escrito por ambos lados,
y tan solo contiene unas cien letras (caracteres) en griego. Se ha
fechado como perteneciente a la primera mitad del siglo II E.C. Aunque
tiene un aire informal y no pretende ser un modelo de caligrafía,
se ha dicho que es una obra cuidadosa. Es interesante que este fragmento
pertenece a un códice que muy probablemente contenía todo el evangelio
de Juan, es decir unas 66 hojas, o alrededor de 132 páginas en total.
Más testimonio se encuentra
en los papiros bíblicos de Chester Beatty, de fecha
posterior. Estos consisten en secciones de once códices griegos,
producidos entre los siglos II y IV E.C. Contienen partes de nueve
libros de las Escrituras Hebreas y de quince de las Escrituras Griegas.
Son bastante representativos por su variedad en los estilos de escritura.
Se dice de uno de los códices que es “la obra de un buen escriba
profesional”. De otro se ha dicho: “La escritura es muy correcta,
y aunque no destaca por su buena caligrafía, es la obra de un escriba
competente”. Y de otro: “La caligrafía es tosca, pero el texto por
lo general es correcto”.
Más importante que esas características,
sin embargo, es su contenido. En su conjunto corroboran los manuscritos
de vitela llamados “Neutrales”, del siglo IV, que los eruditos Westcott y
Hort consideran
de gran valor; entre estos se encuentra el Vaticano núm. 1209 y el
Sinaítico. Además, no contienen ninguna de las notables interpolaciones
que se encuentran en ciertos manuscritos de vitela llamados, quizás
erróneamente “Occidentales”.
Hay muchos miles de manuscritos
posteriores al siglo IV E.C. Los eruditos que los han estudiado y
comparado con cuidado han visto que los escribas fueron muy minuciosos
en su trabajo. Algunos de estos eruditos han confeccionado recensiones
basadas en estas comparaciones. Estas recensiones forman el texto
básico de nuestras traducciones modernas. Los eruditos Westcott y
Hort dijeron que “lo que de algún modo puede llamarse variación sustancial
es tan solo una fracción pequeña de toda la variación residual, y
difícilmente superaría la milésima parte de todo el texto”. Sir
Frederic Kenyon dijo con respecto a los papiros de Chester Beatty:
“La primera y más importante conclusión derivada de su examen
es satisfactoria, pues confirma la solidez esencial de los textos
existentes. No hay ninguna variación fundamental ni en el Antiguo
Testamento ni en el Nuevo. No hay importantes omisiones ni añadiduras
de pasajes, ni ninguna variación que afecte hechos o doctrinas
fundamentales. Las variaciones del texto afectan a cuestiones de
menor importancia, tales como el orden de las palabras o su selección”
Por diversas razones, en la actualidad quedan pocos trabajos de
los primeros copistas. Muchas de sus copias de las Escrituras se
destruyeron durante la época en que Roma persiguió a los cristianos.
El paso del tiempo también se cobró su tributo. Por otra parte, el
clima cálido y húmedo de algunos lugares aceleró su deterioro. Además,
cuando los escribas profesionales del siglo IV E.C. sustituyeron
los antiguos papiros por manuscritos de vitela, no parecía haber
razón para conservar las viejas copias de papiro.
La tinta que usaban los escribas era una mezcla de hollín y goma,
a la que añadían agua para su uso. El instrumento de escritura estaba
hecho de caña, y humedecían la punta con agua para que actuara como
un pincel. La escritura se hacía sobre rollos de cuero o papiro;
posteriormente, se utilizaron hojas, que juntas formaban un códice,
al que en ocasiones se colocaban cubiertas de madera.
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